Había una vez, en un planeta muy lejano, una civilización que estaba en constante progreso tecnológico. Cada día salían inventos nuevos que dejaban anticuados los inventos del día anterior. El planeta entero experimentaba cada día avances sorprendentes. Pero al rey de ese planeta no le gustaban tantos avances:
- No me gusta tanto avance, no soporto tanto progreso.
Hay que decir queridos niños y niñas que el rey de ese planeta era un rey muy gruñón, ¿y por qué no le gustaba tanto progreso al rey gruñón? Os preguntaréis queridos niños y niñas. Muy fácil, era tanto el progreso que el rey tenía que cambiar constantemente los electrodomésticos de palacio:
- Tengo que tirar esta computadora que compré ayer porque hoy ha salido una más avanzada.
Y así con todo. Cada día el rey gruñón tiraba lo que había comprado el día anterior para adquirir los avances del día presente.
Un buen día el rey gruñón decidió tomar una firme decisión. Reunió a todos los científicos del planeta y de esta forma les habló:
- Científicos del planeta aquí reunidos. Escuchadme. Se acabó el progreso. Basta de inventar. Nos quedamos como estamos.
Y así fue como en aquel planeta se acabó el progreso. El rey y todos sus habitantes ya no tenían que cambiar de electrodomésticos porque éstos duraban mucho, mucho, mucho tiempo.
- Qué feliz soy ahora. Con cosas que duran mucho tiempo
Pero un buen día el rey púsose enfermo.
- Me encuentro muy mal.
Acudió a los médicos del planeta y éstos le dijeron que su mal todavía no tenía curación, que para curarse era necesario seguir avanzando, que para encontrar la vacuna contra su mal tenía que reanudar el progreso.
- Bueno, que se reanude el progreso.
Y así fue como el rey gruñón curose y dejó de ser gruñón y disfrutar de las maravillas tecnológicas.
Esto os enseñará queridos niños y niñas que aunque el progreso tenga cosas mala, éstas quedan compensadas por el simple hecho de que un ser humano, uno solo, pueda ser curado de una terrible enfermedad.
Y colorín colorado este cuento con moraleja clásica ha terminado.
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