País... que diría Forges.
¿Cómo
se pueden convocar unas, aparentemente vulgares
elecciones municipales, no generales, y que de ahí salga, no un triunfo de izquierdas o de derechas, no liberal o
conservador, sino todo un cambio de régimen?
Eso sucedió el 12 de abril de 1931, que los españoles fueron a votar alcaldes y acabó perdiendo las elecciones el rey
Alfonso XIII. Dos días después se
proclamó por arte de birlibirloque la Segunda y, de momento, última República española. El rey tuvo un error de cálculo, porque creyó que organizando primero unas elecciones municipales los
partidos favorables a la monarquía las ganarían,
con lo cual luego sería pan comido triunfar en unas generales. Gran fiasco. Los monárquicos sólo ganaron en nueve de las
cincuenta capitales de provincia. Estaba
claro que España quería la República, y lo que comenzó siendo un intento para afianzar el trono, acabó
convirtiéndose en el paso definitivo
para acabar con la monarquía. Pero este error de Alfonso XIII sólo fue el último de muchos. Y el primero fue haber aceptado
unos años antes, y de forma entusiasta, que un dictador como Miguel
Primo de Rivera, un militar que había dado un
golpe de Estado, ocupara el poder. El
resultado de aquellas elecciones municipales del 12 de abril lo precipitó todo. Viva la República, el rey al exilio y
a intentar reconstruir un país repleto
de caciques. Los resultados fueron tan desconcertantes que el general Aznar, en respuesta a un periodista que le preguntó
si España podía entrar en crisis tras el
resultado de las municipales, contestó: «¿Qué más crisis quiere que la de un país que se acuesta monárquico y se levanta
republicano?».
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