Pensar que un cómico tiene que ser gracioso en
su vida cotidiana es como decir que un músico se pasa el día con la guitarra en
la mano. Por eso, si decidimos invitar a cenar al sr. Peter Sellers,
probablemente el más hilarante humorista de todos los tiempos, es seguro que
nos llevaremos una gran decepción. Sellers no era un hombre gracioso en el día
a día. Sus biografías hablan de un hombre gris e introvertido y muy difícil de
llevar en el trato. Por eso, si tenemos que identificar a Sellers con uno de
sus personajes no sería con el torpe pero entrañable Inspector Clouseau ni con
el delicioso hindú Hrundi V. Bakshi de El Guateque (The Party, 1968) sino con el arisco y
amargado sr. Hoffman de la genial película Hoffman (1970, incomprensiblemente titulada en
España Amor a la Inglesa), uno
de los mejores y menos conocidos trabajos del actor. En la película un mediocre
ejecutivo de mediana edad obsesionado por la belleza de una joven secretaria de
su empresa consigue coaccionarla para tenerla en su apartamento, con el
objetivo de que se enamore de él. Sellers mantenía el mismo comportamiento
compulsivo con el sexo femenino, y al igual que el personaje era, más un ser
deprimente e inseguro que el bufón al que acostumbramos a ver en sus películas.
Un hombre incapaz de amar sin poseer.Peter Sellers no murió realmente en 1980. Murió al poco
tiempo de nacer en los años 20. Era hijo de una pareja de vodevil que había puesto
grandes esperanzas en que su retoño se convirtiera en el mejor actor de todos
los tiempos. Pronto tendrían otro niño, Richard Henri Sellers.
Richard seguiría la carrera que tendría que haber acometido su hermano y se
convertiría en el mejor actor cómico de todos los tiempos. Para su carrera
adaptaría el nombre de su hermano muerto. Así nació la leyenda de Peter
Sellers, un hombre que desde su origen ya estaba reemplazando a alguien, que ya
estaba interpretando un papel y que dijo de sí mismo "hubo un yo detrás de la máscara,
pero me lo extirpé con cirugía". En su búsqueda de la
representación idéntica de otros, este camaleón humano perdió su propia
identidad. Y sólo quedó la cáscara.
En La Pantera Rosa, el
personaje por lo general, se mete en algún lío o simplemente realiza tareas
bastante comunes pero con un toque cómico singular, lo cual haría recordar por
un momento un singular pero poco denotado parecido muy especial al gran maestro
de la cinematografía sir Charles
Chaplin y al personaje Charlot.
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